martes, 19 de octubre de 2010

Comida - relato breve

Había estado ausente un año. al volver a casa encontró todo ordenado, igual, salvo, quizás, por las plantas, que habían crecido en extrañas direcciones, inclinadas, persiguiendo la luz que desprendían las rendijas de las persianas.

Sus amigos se habían ocupado bien, a la izquierda, una prolija pila de papeles y cuentas lo esperaba, mucho más prolijo, pensó, que lo que él jamás haría, ya que sentía un natural desapego por las obligaciones cotidianas. Por la misma razón había dejado los dos bolsos con ropa en un costado, ya se ocuparía cuando le viniesen ganas. Por ahora le preocupaba ir al baño luego meterse en la cama bajo el acolchado azul y blanco que tan bien recordaba para dormir un rato. Más tarde se ocuparía de reconectar todo y de comprar víveres y de cocinarse algo. Así que se sacó la ropa y zapatos y se metió en la cama en calzoncillos. Olió sus almohadas, se estiró en la cama, tanteó el reloj, los controles remotos de la TV y del equipo de música para tenerlos a mano y se durmió. No supo qué lo despertó más tarde. Había anochecido.  Se quedó acurrucado tratando de identificar un sonido que le resultaba familiar. Un "clac" seguido de una serie de ronroneos de motor. Sí, claro, la heladera, pensó y cerró los ojos nuevamente, tratando de meterse de nuevo en el sueño ya que todavía seguía cansado.

Se dio vuelta, sacó una pierna afuera del acolchado, acomodó las sábanas y cerró los ojos. En ese instante sintió un olor raro, una especie de pomelo dulce y rancio. Pensó que venía de la ventana. Se dio vuelta hacia ella y, nada, se dio vuelta hacia la puerta y el feo aroma persistía ahí, vivo. Ahora la curiosidad lo mantenía despierto, su mente buscaba la explicación lógica que seguramente estaba allí. Pensó en perfumes, en desodorante de ambientes, en algún trapo sucio impregnado de algo viejo. En en esto ocupaba su pensamiento cuando nuevamente oyó el "clac" con el que su heladera empezaba el proceso de descongelamiento automático. Recordó que si bien había conectado la luz no había enchufado todavía la heladera.

¿Será la heladera de los vecinos?  No hizo más que preguntarse eso, cuando su nariz se vio invadida por un olor a queso podrido del tal intensidad que lo hizo erguirse en la cama, ya totalmente despierto. Pensó que podría haber entrado alguien mientras dormía, luego se acordó que había puesto el pasador, así que se incorporó y prendió la luz del dormitorio. Despacio fue recorriendo y encendiendo las luces a medida que revisaba cada ambiente, el dormitorio, el baño, el otro dormitorio, el pasillo, y asÍ hasta acercarse a la cocina, de la que provenía ahora un aroma como un arma, a crema vieja,. Asustado, retrocedió unos pasos, el corazón le latía fuerte, trató de darse valor pero no pudo moverse. Ahora el "clac" resonó más fuerte, la crema agria fue sustituida por fruta descompuesta, el olfato contradecía sus intentos de encontrar una explicación lógica: ahora un olor a sopa vieja de verduras le revolvió el estómago. Se dio cuenta de que tenía que entrar en la cocina y abrir la heladera, pero sus piernas estaba rígidas. Así, rígidamente, fue dando unos pasos. Cuando prendió la luz de la cocina, no vio nada extraño, salvo la heladera que ronroneaba rítmicamente. Agarró el palo de la escoba que estaba detrás de la puerta y tiró un golpe. Nada, la puerta seguía cerrada. Hizo un segundo intento, la puerta se abrió de golpe: la visión lo hizo enmudecer. Ahí estaban, ordenadas y cantarinas, muertas, iluminadas por la bombita de la heladera, las comidas que lo habían nutrido: la leche, las galletitas del colegio, los alimentos de la infancia, las papas convertidas en extraños seres con raicillas y ojos negros entrelazadas con cebollas, hongos y pelusas grises en los tomates y salsas viejas, los restos de un soufflé de queso, una gelatina de pescado, aquella con la que se había intoxicado su madre hacía tantos años, las innumerables tortas convertidas en mazacotes inmundos. No fue la visión lo que lo derrumbó, sino el intolerable desfile de hedores junto a recuerdos amorosos. Temblando, cerró la puerta, se arrastró hacia la cama, se tapó y se puso a llorar.

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